“¿Qué sabíamos los elegidos para ir a Sudáfrica del continente negro? En 1965, Sudáfrica era una incógnita para los jugadores elegidos por la Unión Argentina de Rugby. Sólo reteníamos la imagen de los Junior Springboks que, en l959, nos visitaron y nos deslumbraron. Creíamos que, en su patria, eran todos rubios gigantescos que nos iban a comer crudo. ¿Quién conocía a los Boers, a los Bantu, a los Zulus, a los Xhosa? ¡ Qué sabíamos de Kimberley, de Barni Barnato, de Cecil Rodhes, del “Big Hole”, el monumento a la codicia? Nada. Absolutamente nada. Los ojos se nos abrieron cuando estuvimos en Sudáfrica y, durante dos meses, descubrimos un nuevo mundo donde el racismo y la explotación de los blancos sobre los otros era una constante. También, por supuesto, estaba el rugby. Una verdadera pasión para los blancos y un deporte casi vedado para los negros sudafricanos de 1965. Tampoco teníamos noticia del fervor por el fútbol de los nativos, los “non europeans”, los “colors”, los “Kaffres”. Estos negros, sapientes de lo que significaba el fútbol para los argentinos se transformaron en nuestra hinchada.
En cuanto llegamos a África del Sur, nos trasladaron a Rhodesia. Fue en Salisbury, la capital de ese país – que hoy se llama Zimbabwe- cuando conocí la historia de Cecil Rodhes, el millonario que se dio el gusto de comprar una inmensa cantidad de tierras a los ingleses y fundó Rhodesia. Cecil fue un especulador que, en Johannesburg y, sobre todo, en Kimberley- la ciudad de los diamantes- acumuló una fortuna y fue uno de los hombres más ricos de su época. A su lado estuvo Barni Barnato, barbero y boxeador que, gracias a sus puños, ganó muchos combates y muchos diamantes. Otros hombres, también en Kimberley, empujados por la codicia, horadaron la tierra y formaron el “Big Hole”, el gran agujero que, después de la tarea de esos buscadores de diamantes, quedó seco de piedras preciosas pero húmedo en el fondo cuando se llegó a la veta de agua.
Nuestros ojos no descansaron nunca porque todo era diferente a nuestra Argentina. Las razas de negros nos confundían y la acritud de los blancos con los nativos nos conmovía por más que no reaccionábamos porque- tal cual nos lo hicieron saber con claridad- a nosotros nos habían invitado los blancos, muchos de ellos descendientes de los “Boers”, los primeros holandeses que, partiendo de Ciudad del Cabo cruzaron toda África del Sud, impulsados por la noticia de que en la región central ( que hoy es Johannesburg) había oro. No se equivocaron: muchos mitigaron sus esfuerzos y sus penurias cuando hallaron vetas riquísimas de “aurum”, el metal amarillo, el oro. Choque de costumbres, “appartheid” (desarrollo de razas separadas) incompresible para nosotros, sorpresas constantes en una nación de múltiples grupos étnicos, ya que cada uno defendía sus hábitos y sus idiomas. Así oíamos ( sí , el galimatías no nos permitía escuchar) los fonemas de los Bantú, el sonido palatal de los Xhosa, la reciedumbre de los Zulus. Todo era novedad, mientras jugábamos y asimilábamos la satisfacción de las victorias, luego de un comienzo con dos derrotas.
Recorrimos los distritos rurales de Sudáfrica y captamos, además, la diferencia que existía entre los distinguidos parroquianos de Ciudad del Cabo con los ásperos ciudadanos de Johannesburg y Pretoria, distanciados todos ellos de los habitantes de los “Counties” (los hombres y mujeres de las ciudades donde cultivaban la tierra, criaban avestruces o buscaban oro y diamantes) y de los de Durban, influidos por los hindúes (uno de ellos fue Mahatma Ghandi, que ejerció la abogacía en Durban, antes de retornar a su patria, la India). Todo era sorprendente para nosotros y, por el contrario, nada nuestro interesaba a los sudafricanos. Eso fue hasta que descubrieron cómo le pegaba a la pelota Eduardo Poggi, con el “soccer style”, a la manera del fútbol. Ellos lo hacían de punta, con vigor pero sin dirección. Los “guadañazos” de Poggi y de los otros convertidores argentinos divertían a los locales, pues nunca habían visto una manera tan rara de impactar a la ovalada.
Con el pasar de los días, la sorpresa inicial dejó de deslumbrarlos porque alguna vez habían visto un partido de fútbol. Sin embargo, en uno de los pueblos rurales, sucedió algo mágico: la pelota ovalada fue, por un instante, redonda...
Esa tarde yo era suplente y el “Gato” Handley jugaba de hooker en el Seleccionado Argentino. Por lo tanto lo pude ver bien y guardarlo en mi memoria como un suceso extraordinario. ¿Qué pasó? Ya se los cuento. Nuestro entrenador sudafricano, Izak Van Heerden , insistía en que debíamos tener cuidado los primeros minutos de los partidos , pues los “cantrinis” ( así llamábamos a los rugbiers campesinos) volcaban todo su fervor en los comienzos. Su reciedumbre aparecía cuando la pelota era pateada bien alta y esperaban que la embolsara un sudamericano para tacklearlo, arrastrarlo y dañarlo. Prevenidos, entonces, tratábamos de resolver con inteligencia esas situaciones de los partidos. Con los consejos de Van Heerden en su cabeza, Lucho Gradín, estupendo jugador de fútbol e hincha de Ríver Plate, resolvió un momento comprometido, con sagacidad, presteza y habilidad. Fue además, la utilización de un recurso que no estaba contemplado en las Leyes del Rugby . Allí, sí , la pelota ovalada casi fue redonda.
Si bien Los Pumas ganaban el cotejo , los sudafricanos no se daban por vencidos y, sin sutilezas, procuraban imponer su reciedumbre. Lucho Gradín, delgado, fibroso y sólido, poseía velocidad, picardía y habilidad. Fueron esas virtudes las que le permitieron solucionar un pasaje muy peligroso, delante de la tribuna donde estábamos los suplentes. El full-back sudafricano pateó alto, muy alto y , curiosamente, la pelota no salió. Su trayectoria fue paralela a la línea que limitaba la cancha y no caía nunca. Detrás de la ovalada avanzaban los gigantescos forwards “cantrinis” que se relamían por anticipado, pensando cómo iban a destruir a Gradín quien, irremediablemente, estaba en la zona donde caería la bomba, la pelota. El tiempo parecía detenido , mientras mirábamos a lo alto, a la posición de Lucho y al tren sudafricano que cada vez estaba más próximo de nuestro medio-scrum. Fue en ese instante, cuando Gradín realizó algo insólito, jamás visto en la tierra de los Springboks. Lucho no tenía escapatoria: lo limitaba la línea de touch y su soledad pues ningún compañero estaba próximo . Para colmo de males, el tifón sudafricano se aproximaba y la pelota caía. ¿Cómo no entregarla y no ser “arado” por los oponentes? El habilidoso rugbier y futbolista apeló a sus destrezas... Cuando la ovalada caía y los rivales respiraban al lado de Lucho, éste hizo algo sorprendente, brillante, no imaginado en el rugby sudafricano: aunque para nosotros parecía algo trivial: ¡ Gradín cabeceó la pelota! , la sacó de la cancha y dejó estupefactos a los “cantrinis” , a los espectadores, al referí y a los periodistas locales. Un simple recurso del fútbol, inédito para el rugby de Africa del Sur, provocó sorpresa, admiración, aplausos, un “¡Ohhhh! interminable, que detuvo el tiempo del partido y la lógica de los espectadores.
Luis Gradín obligó a que los estudiosos del deporte de los tackles acudieran al Reglamento y buscaran si el cabezazo era legal o no. Luego de consultas y más consultas se llegó a una conclusión: La acción del medio-scrum de Los Pumas de 1965 no estaba contemplada; era original y genial. Después del partido, el resultado no importó: los comentarios sólo apuntaban a la acción de Lucho, pionero en introducir una habilidad del fútbol al rugby sudafricano. Otros espectadores, sentados en tribunas incómodas y ubicados en el lugar más lejano, mostraron su algarabía: eran los negros que no ocultaron su satisfacción, cuando un recurso de su fútbol burló a los rudos blancos del rugby.
Ya pasaron más de cuarenta años pero ese día, ese momento y el cabezazo de Lucho Gradín están tan frescos en mi memoria como si hubieran sucedido hoy. Claro, fue la primera vez que la pelota ovalada fue redonda.”
Nicanor Gonzalez del Solar
Clikeando aquí accederán al Blog de Nicanor que vale la pena mirar
No hay comentarios:
Publicar un comentario