La ceremonia de los jueves es algo que repito, casi religiosamente, desde que tenia 18 años.
HORATIUS |
Terminar de entrenar y quedarme a comer era, y sigue siendo, una ocasión especial para descubrir que la vida tiene un montón de cosas divertidas, pero como la de los jueves por la noche en el Club, ninguna.
Para los que no jugaron al Rugby o, extrañamente, se olvidaron que alguna vez lo jugaron, esa mezcla de juegos adolescentes, practicados por un grupo de hombres grandes con alma de payasos, y el ritual perpetuo de "capturar" al primer distraído que diga o muestre su costado más vulnerable, para encarar, hasta con crueldad infantil, una escalada de bromas que puede terminar en escarnio, parece una espantosa demostración de falta de madurez, hoy imperdonable..
Ellos se lo pierden...
Los jueves del Club son un retorno a la época en que lo único que nos preocupaba era si jugábamos y que íbamos a hacer el viernes, el Plantel Superior de aquella época jugaba los domingos, y planificábamos cada salida como si fuera una operación comando para tomar una fortaleza llena de minas.
Hablando con jugadores que fueron glorias del Club, muchos años antes que nosotros pisáramos las canchas, me transmitieron lo mismo.
Las diferencias eran la forma de vestir y los horarios.
Para ellos el traje obscuro era obligado y hasta hace algunos años, pero un poco más claro, para nosotros también.
Hubo un “grande” que me contó que llegaban de traje gris riguroso y de corbata, como venían de trabajar, porque muchos de ellos seguirían viaje hasta el otro día y tenían que volver a la oficina sin tiempo para cambiarse.
He visto, y ustedes también podrán hacerlo en alguna pared del bar de planta baja, fotos de partidos en el Club donde la hinchada, de fútbol o de Rugby, estaba de traje formal y corbata.
Volviendo a los jueves, como olvidarme de esas tardes en que llegábamos al bar, recuerden que solo había bar y comedor en planta baja y el Pabellón solo abría los fines de semana, y sentado en una esquina de la barra estaba Gallito o "Mane" Mujica esperando la entrada de algún desprevenido, para comenzar su larga hilera de menciones sobre los atributos del recién llegado y que cuando se lograba pasar esa frontera te atajaba Polo, atento en el fondo, y terminaba con las reservas de valentía de cualquier guapo que terminaba, agachado y cabizbajo, sentado en el ultimo lugar del salón, solo deseando que apareciera otro despistado y que la atención de los torturadores se desviara y lo dejará perderse en algún refugio solidario del bar para no caer de nuevo en sus garras.
Cuantos de nosotros desarrollamos nuestra capacidad de defensa a tal extremo que, aun cuando nos podían pasar las cosas más insólitas, peligrosas e imprevistas, reaccionábamos con naturalidad y tal solvencia que nos significaron armas valiosas a la hora del estudio o el trabajo, ya que recibíamos el mote de "geniales" al resolver situaciones imprevisibles aún para el más inteligente y hábil de la audiencia.
A cuantos nos sirvió para crecer y desarrollarnos, fuertes y confiados, esa "peligrosísima" pasada por el "corredor de la muerte', que solo tenia tres o cuatro metros, pero parecía un desfiladero repleto de enemigos, como veíamos en las películas de cowboys, o “conbois”, como le decían los muchachos del barrio.
Recuerdo anécdotas, con Pinky y, en ocasiones, Willy Mc Cormick, en que, sin que mediara palabra entre nosotros, solo con una mirada, "pescábamos" un residente con poco dominio del español o algún distraído no habitúe, y comenzábamos una conversación sobre los temas más insólitos, hasta que lográbamos atraer la atención del "candidato" y el tipo, absolutamente interesado en el tema (generalmente sabíamos que era lo que podía llamarle la atención) trataba de participar en la charla, ante nuestra total indiferencia.
El remate era, y generalmente Pinky era el encargado de la estocada final, tan atractivo que el quia nos seguía toda la noche buscando "participar" de algún negocio o de alguna aventura amorosa, de esas que solo se veían en películas y, como todos suponen, solo existía en la frondosa imaginación de Pinky.
Hubo un "pescado" al que, sabiendo que era del sur extremo de Argentina y que tenia un campo en Malvinas, convencimos que estábamos desarrollando un negocio para "cosechar" esperma de ballena" para la industria del perfume en una zona cercana a las islas..
Eran tan tentadoras las cifras que mencionábamos y tan "fácil" conseguirlas, que el tipo nos siguió toda la noche, haciéndose cargo de los tragos y siguió, todo el fin de semana, pidiéndonos, prácticamente de rodillas, que lo dejáramos participar...
Fue tan grande el "embale" del coso que nunca le dijimos la verdad, para evitar tener que terminar a las trompadas por haberlo "gastado" de esa forma..
Pinky siempre fue un crack para la repentización y, por su alma de justiciero, para utilizar la chanza corrosiva con algún gil que se hubiera agrandado mucho y necesitará "un correctivo". A el le debo mi apodo de “violeta”, termino con el que bauticé al “Negro” Méndez Tronge en una gira y, aún cuando el Negro no necesitaba defensores porque era más rápido que el 60, en castigo por suponer que me había pasado de “piola” decidió, en la portería del Club antes de “embarcarnos”, con una Primera de segunda en un grupo de Citroen 2 CV y otras joyas mecánicas del estilo en una gira a Santa Fe, que a partir de ese momento “Violeta” era yo. Hace de esto 50 años y sigo llevando, a veces con orgullo y otras con vergüenza*, ese apodo.
Por eso "amo" los jueves en el Club, me traen muchos recuerdos y, como si fueran los 60, vuelven a reiniciar la magia que solo el Rugby y el Club, le dan a mi vida..
Horatius
*Un día, hace pocos años, me llama Flash a mi oficina y pregunta, con su frescura habitual “Hola, ¿está Violeta?” mi secretaria, una primorosa y pizpireta jovencita “sanisidrense”, contesta “acá no hay ninguna Violeta” a lo que Flash, para mi incendio absoluto y perdida total de mi ascendencia sobre la misma, le dice “¿Esa no es la oficina de Horacio Gramajo?, “si le contesta la niña, pero no hay ninguna Violeta”, “si nena, Violeta es Horacio”.. Mi secretaria entra a mi ofician y, aguantando la risa, pero medio preocupada me dice “A vos te dicen Violeta”.... Ahí me sirvieron mis años del famoso corredor de la muerte del bar, para decirle que si con absoluto descaro y como si no pasara nada, atender y cortar con el mismo gesto diario de concentración en lo que hacia..
Al rato entra nuevamente a mi oficina y me pregunta, con ese divino candor de las que saben que nada les va a pasar porque son del sexo débil: “Disculpame, vos sos medio rarito” .... Cierra telón y nueva derrota ante el sexo débil por intrusión de un enemigo inesperado..
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